En el mundo de los amores efímeros y las promesas fugaces, las historias de corazones rotos y engaños interminables son tan antiguas como el tiempo mismo. No importa cuántas veces se haya repetido el patrón, cuántos corazones hayan sido atrapados en la misma red de mentiras y falsas promesas. Siempre hay alguien nuevo dispuesto a creer que esta vez será diferente, que esta vez será verdadero. Pero la verdad, esa cruel e implacable realidad, es que algunos amores no son más que un ciclo de ilusiones rotas.

Imagina el instante en que te entregas completamente, en el que te sumerges en la ilusión de un amor que parece ser todo lo que alguna vez soñaste. Él te mira con esos ojos que parecen prometer eternidades, y tú, sin dudarlo, te sumerges en sus brazos como si fueran un refugio seguro. El primer beso llega con la promesa de un futuro juntos, de un amor que desafiará las barreras del tiempo. Pero, ¿qué ocurre cuando las promesas se desvanecen como el humo, y lo que parecía ser un paraíso se convierte en un infierno personal?

“He estado allí”, susurra una voz en tu mente, recordándote que esta no es la primera vez que alguien ha caído en el mismo juego. Entre sus brazos, sientes una mezcla de emociones, desde la euforia del amor hasta la amarga realización de que no eres la única, que nunca fuiste la primera y probablemente no serás la última. Él ya ha prometido amor eterno a otras antes que a ti, y lo hará de nuevo, porque para él, el amor no es más que un contrato temporal, una serie de compromisos vacíos sellados con besos y palabras dulces.

Cada promesa que te hizo, cada mirada que te convenció de su devoción, ya han sido dichas antes. Son palabras recicladas, usadas una y otra vez para conquistar corazones nuevos, para alimentar su necesidad insaciable de sentirse amado y deseado. Crees que has ganado algo precioso porque ahora es a ti a quien abraza en las noches frías, pero lo que realmente has ganado es un billete para un viaje de desilusión. Firmaste, sin saberlo, el peor de los contratos: uno donde la única garantía es el dolor.

Te das cuenta de que no eres especial en su mundo. Eres una más en una larga lista de mujeres que han caído en sus redes, que han entregado todo por él solo para ser reemplazadas por la próxima víctima de su encanto. Lo conociste en su mejor versión, aquella que aparece al inicio, llena de promesas y atenciones, pero eventualmente, la máscara cae, y te enfrentas a la realidad de su naturaleza cambiante e impredecible.

Para algunas, esta revelación llega demasiado tarde, cuando ya han invertido demasiado de sí mismas para simplemente alejarse sin más. Otras, más afortunadas, ven las señales de alerta y se retiran antes de que el daño sea irreversible. Pero tú, en tu amor ciego, en tu deseo desesperado de ser la excepción a la regla, permaneces, convencida de que puedes cambiarlo, de que tu amor será suficiente para redimirlo.

La verdad es que él no cambiará. No por ti, ni por nadie. Su corazón es un campo de batalla donde se libran guerras internas, conflictos que no estás equipada para resolver. Cada vez que promete amor eterno, es simplemente un eco de lo que ya ha dicho antes, un guion que ha memorizado bien y que desempeña con precisión casi mecánica. Su habilidad para hacerte sentir especial, única en su tipo, es solo una fachada cuidadosamente construida, una ilusión que se desvanece con el tiempo.

Y así, te encuentras atrapada en un ciclo interminable de esperanza y desesperación, de amor y desamor. Cada promesa rota es una herida nueva, cada despedida un recordatorio doloroso de lo que podría haber sido. Intentas aferrarte a los buenos momentos, a las risas compartidas y las noches apasionadas, pero esos recuerdos solo sirven para alimentar la tristeza, para hacer que la realidad sea aún más difícil de aceptar.

Las condolencias, por tanto, no son para ti sola. Son para todas aquellas que vinieron antes, que amaron con todo su ser y que, al final, fueron dejadas atrás sin más. Son para aquellas que creyeron en sus palabras y se entregaron completamente, solo para descubrir que no eran más que una fase pasajera en su vida. Y son también para las que vendrán después, porque inevitablemente, siempre habrá alguien más dispuesto a caer en el mismo engaño, a creer que pueden ser quienes cambien su naturaleza.

“He estado allí”, dice la voz una vez más, más fuerte esta vez, como un grito en la oscuridad. Y en ese momento, comprendes el peso de esas palabras. Entiendes que este es un ciclo que se repite, un juego que él ha perfeccionado con el tiempo. No eres la primera, ni serás la última. Y aunque duele, aunque el desengaño quema como fuego en tu pecho, encuentras consuelo en saber que no estás sola, que hay otras que han sentido lo mismo, que han llorado las mismas lágrimas y que, eventualmente, han encontrado una manera de sanar.

El amor puede ser un juego cruel, un baile de ilusiones que se desvanecen con el tiempo. Pero también puede ser una lección, una oportunidad para aprender sobre ti misma, sobre lo que realmente quieres y mereces. Y mientras te alejas de él, con el corazón aún dolido pero más sabio, te prometes a ti misma que no caerás en el mismo error nuevamente, que no permitirás que alguien juegue con tus emociones de esa manera.

Te doy mis condolencias, porque yo ya estuve allí. Y aunque duele, también sé que hay vida después de él, que hay amor verdadero esperando en algún lugar, amor que no necesita promesas vacías para ser real. Porque al final del día, mereces más que palabras recicladas y promesas rotas. Mereces un amor que sea solo tuyo, un amor que no necesite compararse con otros, un amor que sea sincero, profundo y, sobre todo, verdadero.